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Ahora tengo exactamente la misma edad que tenía mi padre aquella tarde de noviembre: cuarenta y cinco años. Estoy viendo de nuevo la escena con una claridad extraña, como si la contemplara con una lente de alta definición, pese a que todos sus participantes, salvo yo, han muerto. Veo tan perfectamente al capitán F.M. que ahora puedo devolverle el guiño… ¿Debía ser todo así? ¿Hay en esos guiños, hechos a través del espacio de casi cuarenta años, algún sentido, alguna intención que ahora se me escapa? ¿Es así la vida? Y en caso contrario, ¿por qué esta claridad, de qué sirve? La única respuesta que se me ocurre es ésta: para que ese momento exista, para que no sea olvidado cuando los actores hayan desaparecido, incluso yo mismo, y entonces quizá puedas entender cuan preciosa fue la llegada de la paz. En casa de una familia. Y en virtud de la misma razón, para que sepas qué son los momentos, ya se trate de la llegada del padre o de desembalar una caja. De aquí esa claridad hipnótica. O tal vez sea porque tú eres hijo de un fotógrafo y tu memoria no hace sino revelar una película que filmaron tus dos ojos hace casi cuarenta años. Y por esto entonces no pudiste devolver aquel guiño.



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