28

28

Como la mayoría de los hombres, me parezco más a mi padre que a mi madre. Pero cuando era niño pasaba más tiempo con ella, en parte a causa de la guerra y en parte por la vida nómada que mi padre tuvo que llevar después. Ella me enseñó a leer cuando yo tenía cuatro años y presumo que la mayoría de mis gestos, entonaciones de voz y poses son de ella. Y también algunas de sus costumbres, entre ellas la de fumar.

Para la media rusa, era bastante alta, un metro sesenta, rubia y más bien regordeta. Tenía el cabello de una tonalidad rubia oscura y toda su vida lo llevó corto, y sus ojos eran grises. Se sentía especialmente orgullosa de que yo hubiera heredado su nariz recta, casi romana, en lugar del espléndido pico curvado que mi padre tenía por nariz, que la tenía fascinada.

– ¡Ah, ese pico! -decía puntuando con pausas las palabras-. Esos picos… -pausa- se venden en el cielo… -pausa- a seis rublos la pieza.

Pese a su semejanza con uno de los perfiles de los Sforza, pintado por Piero della Francesca, el pico era evidentemente judío, por lo que ella tenía motivos sobrados para estar contenta de que yo no lo tuviera.

Pese a su nombre de soltera (que conservó después de casada), el «párrafo quinto» desempeñó en relación con ella un papel menos importante que de costumbre, y ello debido a su apariencia. Era una mujer positivamente atractiva, del estilo imperante en el norte de Europa, y aún diría mejor, báltico. En cierto sentido, fue una ventaja: no tuvo problemas para encontrar trabajo, por esto tuvo que trabajar toda su vida. Seguramente que, al no haber conseguido disfrazar sus orígenes pequeño-burgueses, tuvo que renunciar a sus esperanzas de cursar estudios superiores, lo que la obligó a pasarse la vida desempeñando distintos oficios, desde secretaria a contable. Pero la guerra trajo consigo un cambio: pudo trabajar como intérprete en un campo de prisioneros de guerra alemanes y obtuvo la graduación de alférez dentro de las fuerzas del Ministerio del Interior. Cuando Alemania firmó la rendición, se le ofreció la posibilidad de promocionarse y de hacer carrera en el ministerio. Pero como no se sentía con deseos de afiliarse al Partido, declinó el ofrecimiento y decidió volver a sus gráficos y a su ábaco.

– En primer lugar, no me apetece tener que saludar militarmente a mi marido -había dicho a su superior-, y no quiero convertir mi armario ropero en un arsenal.



Добавить комментарий

  • Обязательные поля обозначены *.

If you have trouble reading the code, click on the code itself to generate a new random code.