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Lo que tienen en común la memoria y el arte es el don de la selección, el gusto por el detalle. Si la observación puede parecer halagadora para el arte (para la prosa, en particular), resulta insultante para la memoria. Sin embargo, el insulto es merecido, puesto que la memoria presenta detalles, no el cuadro; para decirlo de alguna manera, no realza la totalidad de la representación. El convencimiento de que, en cierto modo, lo recordamos todo de forma universal, el convencimiento mismo que hace que la especie siga adelante en la vida, es infundado. La memoria se parece más que a otra cosa a una biblioteca en desorden alfabético en la que nadie hubiera clasificado los libros.



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