42

42

O sube hasta la superficie de mi mente una llave: una llave alargada, de acero inoxidable, molesta en el bolsillo, pero que encajaba perfectamente en el bolso de mi madre. Aquella llave abría la puerta blanca y alta de nuestra casa y, en realidad, no sé por qué me acuerdo de ella ahora si aquel sitio ha dejado de existir. Dudo que esté vinculada a algún simbolismo erótico, puesto que los tres teníamos copias. Tampoco entiendo por qué recuerdo las arrugas que mi padre tenía en la frente y debajo de la barba, o la mejilla izquierda de mi madre, enrojecida y ligeramente inflamada (una manifestación a la que ella daba el nombre de «neurosis vegetativa»), puesto que ninguno de esos signos, ni tampoco quienes los padecían, existen ya. Lo único que pervive en mi conciencia son sus voces, tal vez porque la mía es la combinación de las suyas, al igual que los rasgos de mi fisonomía deben ser la combinación de los suyos. Lo demás -su carne, sus ropas, el teléfono, la llave, nuestras pertenencias, los muebles- ha desaparecido y ya nunca más volverá, como si nuestra habitación y media hubiera sido alcanzada por una bomba, aunque no por una bomba de neutrones, que por lo menos deja intacto el mobiliario, sino por una bomba del tiempo, que incluso hace astillas la propia memoria. El edificio sigue en pie, pero nuestra vivienda ha quedado arrasada y nuevos inquilinos, mejor dicho nuevos soldados, la han invadido. Porque así es una bomba de tiempo y ahora estamos librando una guerra de tiempo.



Добавить комментарий

  • Обязательные поля обозначены *.

If you have trouble reading the code, click on the code itself to generate a new random code.