34

34

El jardín estaba rodeado por una verja negra de hierro fundido, sostenida por grupos de cañones situados a distancias iguales y puestos boca abajo, capturados a los británicos por los soldados del Batallón de la Transfiguración durante la guerra de Crimea. Como detalle a añadir a la decoración de la verja, los tubos de los cañones (tres en cada caso, puestos sobre un bloque de granito) estaban unidos por gruesas cadenas de hierro fundido en las que los niños se columpiaban como locos, enardecidos tanto por el peligro que suponía caer sobre las puntas de lanza que tenían debajo como por el estrépito que armaban. Ni que decir tiene que aquel juego estaba estrictamente prohibido y que los guardianes de la catedral no paraban de echarnos del lugar. Y ni que decir tiene también que aquella verja era muchísimo más interesante que el interior de la catedral, con su aroma a incienso y su actividad estática.

– ¿Ves eso? -me pregunta mi padre, indicándome con el dedo los pesados eslabones de las cadenas-. ¿Qué te recuerda?

Yo estoy en segundo grado y le digo:

– Son como el número ocho.

– Exacto -me dice-. ¿Y sabes de qué es símbolo el número ocho?

– ¿De la serpiente?

– Casi. Es un símbolo del infinito.

– ¿Qué es el infinito?

– Eso será mejor que lo preguntes ahí dentro -me dice con una sonrisa irónica, señalando la catedral con el dedo.



Добавить комментарий

  • Обязательные поля обозначены *.

If you have trouble reading the code, click on the code itself to generate a new random code.