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Las tardes de verano teníamos abiertos nuestros tres ventanales y la brisa que venía del río intentaba adquirir la categoría de objeto en las cortinas de tul. El río no estaba lejos, apenas un paseo de diez minutos desde nuestra casa. Nada estaba muy lejos: el Jardín de Verano, el Ermitage, el Campo de Marte. Mis padres rara vez salían a dar un paseo, ni juntos ni separados, ni siquiera cuando eran más jóvenes. Después de pasarse el día entero de pie, a mi padre lo que menos le apetecía era patearse las calles. En cuanto a mi madre, después de pasarse ocho horas en una oficina y del tiempo que pasaba de pie en las colas, estaba con las mismas ganas que él, aparte de que en casa tenía que hacer un montón de cosas. Si me aventuraba a salir, era sobre todo para asistir a alguna reunión familiar (un cumpleaños, un aniversario de boda) o para ir al cine, rara vez al teatro.

Después de pasar casi toda mi vida a su lado, había perdido la conciencia de su edad. Ahora que mi memoria se mueve como una lanzadera entre diferentes décadas, veo a mi madre asomada al balcón contemplando la figura pesada de su esposo y murmurando como para sus adentros:

– Un verdadero vejestorio, eso es lo que eres: un vejestorio.

Y oigo a mi padre que dice:

– Estás decidida a llevarme a la tumba… -frase con la que se terminaban sus peleas en los años sesenta, en lugar del portazo y del ruido de pasos que se alejaban, típicos de diez años antes.

Cuando me afeito, veo en mi barbilla los pelos entre grises y plateados de la suya.

Si mis pensamientos gravitan ahora en torno a sus imágenes en la vejez, posiblemente el hecho tenga que ver con aquella treta de la memoria que hace que se conserven mejor las últimas impresiones. (Añádase a esto nuestra afición a la lógica lineal, al principio de la evolución, y la invención de la fotografía resulta inevitable.) Pero me parece que mi camino hasta aquí, hasta la vejez, desempeña también una función: es raro que uno sueñe con su infancia, en los tiempos en que, por ejemplo, tenía doce años. Si tengo alguna noción del futuro, es a través de su apariencia que la obtengo, porque ellos son para mí el «Kilroy estuvo aquí» de mi mañana, por lo menos desde el aspecto visual.



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