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¿Y cómo medimos una época? ¿Y es susceptible de medición una época? Deberíamos anotar también que lo que Psellos describe tiene lugar antes de la llegada de los turcos. No hay presencia de Bajazets, Mohameds y Solimanes, en absoluto. De momento, todavía estamos interpretando textos sagrados, guerreando contra la herejía, reuniéndonos en concilios universales, erigiendo catedrales y componiendo opúsculos. Ello con una mano. Con la otra, castramos a un bastardo, para que cuando crezca no sea un candidato adicional al trono. Ésta es, en realidad, la actitud oriental respecto a las cosas -respecto al cuerpo humano en particular-, y es irrelevante cuál sea la era o el milenio. Por lo tanto, no es sorprendente que la Iglesia romana le volviera la espalda a Bizancio.

Pero también debe decirse aquí algo sobre esa Iglesia. Era natural que evitara a Bizancio, tanto por las razones antes citadas como porque Bizancio -esa nueva Roma- había abandonado por completo a la Roma propiamente dicha. Con la excepción de los efímeros esfuerzos de Justiniano para restablecer la coherencia imperial, Roma quedó abandonada por completo a sus propios medios y a su destino, lo que quería decir a los visigodos, a los vándalos y a todos aquellos que se sintieran inclinados a saldar deudas antiguas y nuevas con la ex capital. Cabe comprender a Constantino, ya que nació y pasó toda su infancia en el Imperio oriental, en la corte de Diocle-ciano. En este sentido, por romano que fuera, no era un occidental, excepto en su designación administrativa o a través de su madre. (Nacida en Gran Bretaña, según se cree, fue la primera en interesarse por el cristianismo, hasta el punto de que posteriormente viajó a Jerusalén y descubrió allí la Vera Cruz. En otras palabras, en aquella familia era mamá la creyente. Y aunque existen amplias razones para considerar a Constantino como auténtico niño mimado por mamá, evitemos la tentación… dejémosla para los psiquiatras, ya que nosotros no estamos doctorados en la materia.) Cabe comprender a Constantino, repitamos.

En lo tocante a la actitud de los subsiguientes emperadores bizantinos con respecto a la Roma genuina, es más compleja y mucho menos explicable. Desde luego, ellos tenían sobrados problemas allí en el este, tanto con sus súbditos como con sus vecinos inmediatos. No obstante, parecería como si el título de emperador romano debiera haber implicado ciertas obligaciones geográficas. Lo importante era, desde luego, que los emperadores romanos posteriores a Justiniano procedían en su mayor parte de provincias cada vez más orientales, de los tradicionales sectores de reclutamiento del Imperio: Siria, Armenia, etcétera. Roma era para ellos, en el mejor de los casos, una idea. Varios de ellos, como la mayoría de sus súbditos, no sabían ni una palabra de latín y jamás habían puesto el pie en la ciudad que incluso entonces tenía mucho de «eterna». Y sin embargo, se consideraban a sí mismos romanos, así se denominaban y firmaban como tales. (Algo por el estilo puede observarse todavía hoy en los numerosos y variados dominios del Imperio Británico, o recordemos -para no tener que revolver en la memoria en busca de ejemplos- a los evenki, que son ciudadanos soviéticos.)

En otras palabras, Roma quedó abandonada a sus medios, al igual que la Iglesia romana. Sería demasiado largo describir las relaciones entre las iglesias de Occidente y de Oriente, pero cabe señalar, sin embargo, que en general el abandono de Roma repercutió hasta cierto punto en ventaja para la Iglesia romana, pero no en una ventaja total.



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