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El delirio y el horror de Oriente. La polvorienta catástrofe de Asia. Verde tan sólo en la bandera del Profeta. Nada crece allí, excepto mostachos. Una parte del mundo, de ojos negros, y sin afeitar antes de sentarse a la mesa. Brasas de hogueras apagadas con orina. ¡Aquel olor! Una mezcla de tabaco hediondo, jabón y sudor, y partes inferiores ceñidas a la cintura como por otro turbante. ¿Racismo? ¿No será, sin embargo, tan sólo una forma de misantropía? Y ese polvillo ubicuo que se introduce en boca y nariz incluso en la ciudad, que priva a los ojos de la visión…, y uno llega a sentirse agradecido incluso por esto. Un hormigón ubicuo, con la textura de las cagarrutas y el color de una tumba revuelta. ¡Ah, y aquella escoria miope -Le Corbusier, Mondrian, Gropius- que mutilaron al mundo con más eficiencia que cualquier Luftwaffe! ¿Esnobismo? Sólo se trata, no obstante, de una forma de desesperación. La población local, en un estado de estupor total y matando su tiempo en míseros snacks, dirigiendo las cabezas, como en un namaz invertido, hacia la pantalla de la televisión, donde alguien, permanentemente, propina una paliza a otro. O bien juegan a los naipes, cuyos valets y nueves son la única abstracción accesible, el único medio de concentración. ¿Misantropía? ¿Desesperación? Y sin embargo, ¿qué más cabría esperar de alguien que ha sobrevivido a la apoteosis del principio lineal? ¿De un hombre que no tiene ningún lugar al que volver? ¿De un gran coprólogo y sacrófago, y posible autor de la Sadomachia ?



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