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Todo movimiento a lo largo de una superficie plana que no venga dictado por la necesidad física es una forma espacial de auto afirmación, ya se trate de construcción de imperios o de turismo. En este sentido, mi motivación para ir a Estambul difería sólo ligeramente de la de Constantino. Sobre todo si, efectivamente, éste se convirtió en un cristiano…, o sea, si dejó de ser romano. Cuento, sin embargo, con otras razones para reprocharme la superficialidad, y además los resultados de mis desplazamientos son de consecuencias mucho menores. Ni siquiera dejo detrás de mí fotografías tomadas «delante» de muros, y menos una serie de muros propiamente dichos. En este sentido, incluso soy inferior al promedio de los japoneses. (Nada me horroriza tanto como pensar en el álbum familiar del japonés medio: sonrientes y rechonchos, él/ella/ambos ante un fondo constituido por todo lo que de vertical contiene el mundo: estatuas, fuentes, catedrales, torres, mezquitas, templos antiguos, etc. Y muchísimo menos, supongo, Budas y pagodas.) El Cogito ergo sum cede el paso al Kodak ergo sum, tal como en su día el cogito triunfó sobre el «yo creo» en el sentido de crear. En otras palabras, la naturaleza efímera de mi presencia y mis motivos es no menos absoluta que la tangibilidad física de las actividades de Constantino y sus pensamientos, reales o supuestos.



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