33

33

Oh, todos esos incontables Osmanes, Mohameds, Murads, Bajazets, Ibrahims, Selims y Solimanes dedicados a la matanza de sus predecesores, rivales, hermanos, padres y la propia prole -en el caso de Murad II, o III (¿qué puede importar?), dieciocho hermanos uno tras otro- con la regularidad del hombre que se afeita frente a un espejo. Oh, todas esas guerras ininterrumpidas, interminables: contra el infiel, contra sus propios musulmanes chiitas, para ampliar el Imperio, para vengar una afrenta, por ninguna razón en absoluto, y en defensa propia. Y… oh, aquellos jenízaros, la élite del ejército, dedicada primero al sultán y después convertida gradualmente en casta separada, pendiente tan sólo de sus propios intereses. ¡Cuan familiar resulta todo, incluidas las matanzas! ¡Todos esos turbantes y barbas, aquel uniforme para cabezas poseídas por una sola idea -la matanza despiadada- y a causa de ella, y no en absoluto debido a la proscripción islámica de reproducir cualquier cosa viviente, totalmente indistinguibles unas de otras! Y tal vez «matanza» precisamente porque todas son tan parecidas que no hay modo de detectar una baja. «Yo mato despiadadamente, luego existo.»

Y, hablando en general, en realidad ¿qué puede estar más próximo al corazón de un nómada de ayer que el principio lineal, que el movimiento a través de una superficie, en cualquier dirección? ¿No dijo uno de ellos, otro Selim, durante la conquista de Egipto, que él, como señor de Constantinopla, era el heredero del Imperio Romano y por tanto tenía derecho a todos los territorios que hubieran formado parte de él? ¿Suenan estas palabras como una justificación o suenan como una profecía, o como ambas cosas a la vez? ¿Y no sonó la misma nota, cuatrocientos años más tarde, en la voz de Ustryalov y de los eslavófilos de los últimos días de la Tercera Roma, cuya bandera escarlata, semejante a una capa de jenízaro, combinaba claramente una estrella y la media luna del Islam? ¿Y no es una cruz modificada aquel martillo?

Esas guerras milenarias, sin respiro, esos períodos interminables de interpretación escolástica del arte de la traición… ¿no podrían ser responsables del desarrollo, en esta parte del mundo, de una fusión entre ejército y estado, del concepto de la política como la continuación de la guerra por otros medios, y de las fantasmagóricas, aunque balísticamente factibles, fantasías de Konstantin Tsiolkovski, el abuelo del misil?

Un hombre con imaginación, sobre todo si es impaciente, podría sentir la aguda tentación de contestar a estas preguntas con una afirmación. Pero tal vez no convenga precipitarse, tal vez convenga hacer una pausa y darles la oportunidad de convertirse en preguntas «malditas», aunque eso pueda llevar varios siglos. Ah, estos siglos, la unidad favorita de la historia, que eximen al individuo de la necesidad de evaluar personalmente el pasado y que le otorgan la honorable categoría de víctima de la historia.



Добавить комментарий

  • Обязательные поля обозначены *.

If you have trouble reading the code, click on the code itself to generate a new random code.