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Con ella, con esa sonrisa en los labios, uno puede embarcar en el transbordador y partir para tomar una taza de té en Asia. Veinte minutos más tarde, puede desembarcar en Cengelkóy, encontrar un café en la misma orilla del Bósforo, sentarse y pedir té, e, inhalando el olor de las algas putrefactas, observar, sin cambiar la expresión facial antes citada, los portaaviones de la Tercera Roma que navegan lentamente a través de las puertas de la Segunda, camino de la Primera.

(1985)



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