3

[1] [2]

Inseguros por naturaleza, queremos ver al artista, al que identificamos con su obra, a fin de que la próxima vez podamos saber cuál es, en realidad, el aspecto de la verdad. Sólo los autores de la antigüedad escapan a este escrutinio, y por esto, en parte, se les considera como clásicos, y sus generalizadas facciones de mármol, que llenan hornacinas en las bibliotecas, guardan una relación directa con el significado arquetípico absoluto de su obra. Pero cuando uno lee

…To visit

The grave of a friend, to make an ugly scene,

To count the loves one has grown out of,

Is not nice, but to chirp like a tearless bird,

As though no one dies in particular

And gossip were never true, unthinkable…

«… Visitar / la tumba de un amigo, hacer una fea escena, / contar los amores que uno ha dejado atrás, / no es agradable, pero gorjear como pájaro sin lágrimas, / como si nadie muriera en particular / y los chismes nunca fueran ciertos, es impensable…»

empieza a sentir que detrás de estos versos no hay un autor de carne y hueso, rubio, moreno, pálido, bronceado, arrugado o de lisas mejillas, sino la propia vida, y eso uno querría encontrarlo, con eso uno querría hallarse en una proximidad humana. Tras este deseo no hay vanidad, sino una cierta física humana que atrae una pequeña partícula hacia un gran imán, aunque uno pueda acabar haciendo eco al propio Auden: «He conocido a tres grandes poetas, cada uno de ellos un verdadero hijo de mala madre». Yo: «¿Quiénes?». El: «Yeats, Frost y Bert Brecht». (Pero con respecto a Brecht se equivocaba: Brecht no era un gran poeta.)
[1] [2]



Добавить комментарий

  • Обязательные поля обозначены *.

If you have trouble reading the code, click on the code itself to generate a new random code.